martes, 30 de agosto de 2011

CATALINA SENA Y SU HORARIO DE MADRID

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       Entre nosotros hemos tenido siempre la costumbre de reirnos mucho de nuestras manías y de las del resto de familiares, amigos y conocidos.
En fin, reirnos.
Por eso, la historia de Catalina Sena, LA PRIMA, se ha trasmitido haciendo reir a varias generaciones.
Realmente,  era prima de mi bisabuelo, que fué quien debió reirse primero y luego contarla.
Ambos también eran primos  de Juan Alvarado y Saz, que había llegado a ser muy importante en Madrid en esos años.
En esa época se había producido una auténtica revolución en la moda femenina, que Catalina, bastante mayor que mi bisabuelo, adoptó furibunda.
Se lanzó al maquillaje y a la elegancia, aprovechando cualquier cosa útil, dada la escasez de suministros en Agüimes.
Así por ejemplo, para el colorete usaba las etiquetas rojas que traían los hilos de perlé humedeciéndolas.
Su estilo debía ser bastante agresivo para la época y el lugar, una especie de Lady Gaga del Sureste en 1906, ya ves. 
Un día, cuando Gregorio, mi bisabuelo y un primo suyo, Gregorio también, daban una vuelta por la calle en Las Palmas con unos amigos, aprovechando una escapada del colegio de los Jesuitas, vieron aproximarse, por delante de la Catedral, a un  personaje inclasificable.
Parecia una máscara, lo que les extrañó bastante porque no eran carnavales.
Al llegar a su altura, y al grito de : ¡ Oh, primo Yoyo León, oh, primo Yoyo Rodriguez ! los abrazó la inefable prima Catalina, llenándolos  de maquillaje mientras sus amigos veían las escena asombrados.
Y ya en el colmo del delirio, Catalina Sena decidió adecuar su vida al ritmo conveniente.
Su primo Juan, con el que mantenía intensa correspondencía, le contaba que hacía la gente de Madrid: ópera, teatro, bailes... y conociendo su pasión, también le enviaba revista de moda.
Entonces en Agüimes, en su casa y durante determinadas horas, no se podía molestar a la señora, que estaba en Madrid.
Vestida y acicalada con sus mejores atuendos se sentaba en su sala a oir conciertos imaginarios acompañados por el viento, a reir con obras de teatro cuyo fondo musical eran las campanas de la iglesia, a ver representaciones de ópera iluminadas por el humeante candelabro y a soñar acompañantes exquisitos que sabían apreciar su encanto, para volver luego a su rutina nocturna. 
Durante ese tiempo, en aquella habitación, era capaz de volar.




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